6 de enero de 2013

Mi perro me comprende

Mi perro me comprende.

Tener perro ha sido siempre el sueño de mi vida. Mi infancia trastocada por no poder tenerlo, debido al trauma que sufrió mi hermana con ocho años, habiéndole atacado un peassso pastor alemán loco perdido justo el día de nuestra comunión (que manda huevos, con lo monas que estábamos con nuestro vestidito blanco y nuestro canesú). Hubo un intento de reconciliar a mi hermana con los de cuatro patas, trayendo mi padre a "Chico" dentro de su gabardina una noche de no sé qué mes, pero fue un fracaso absoluto. Dos meses duró el cachorrillo en casa, los dos meses más felices de mi infancia! Y los dos meses más horribles de la infancia de mi hermana. Así que adiós a "Chico" y adiós a ser una de esas niñas que crecen con su mejor amigo peludo y aprenden lo que es la responsabilidad de cuidarlo, de limpiar sus cacas y de tener a alguien que te escucha, sin interrumpirte más que para darte un lametazo, dispuestos a escuchar todos los problemas que la vida te trae cuando tienes 14 años y el mundo conspira contra ti. 

Ya siendo mayor volví a intentarlo, quise traer varios perros a la casa familiar, pero a pesar de mi innata capacidad de convicción, que para eso soy jefa...no conseguí nada. Es que mientras estuviera bajo el mismo techo de mi hermana, que seguía teniendo pánico a los perros, no había nada que hacer! 

Por fin me mudo a Inglaterra y me digo "voy a tener un perro inglés, por mis ovarios ya!". Pero tampoco, porque me pasaba el día trabajando de allá para acá como una perra y nunca mejor dicho, así que imposible de la vida, oiga. Seguía sin perro y yo con mi frustración a cuestas, tocando a todos los perros de los demás que podía, alguno hasta me pegó un mordisco por ir de guay.

Cuando conocí al que hoy es mi marido, hablamos del amor, del cariño, del respeto...bla bla y de lo que valorábamos cada uno en la familia. ¡Yo valoraba tener perro! Casi creo que lo puse como condición para casarme. ¡Yo quiero tener perro o no me caso! Venga ya, tía, menos mal que diste con un hombre que también quería perro, que si no te quedas más sola que la una. Diría que lo típico es casarse y pasar un año -que menos- de libertad en pareja, para viajar, ver mundo juntos, hacer cosas, en fin. Pues no, nos casamos un mes de Febrero y en Abril ya estaba "Ray" con nosotros. La cuarentena y un poco más, no hemos visto más mundo que Cantabria y Sevilla y al primero nos lo llevamos con nosotros.

"Ray" llegó a nuestras vidas y entonces comprendí que la felicidad existe y que nunca viene sola. Pasé de vivir sola, durante muchos años, a compartir mi vida con un hombre y un perro. Así, de repente, sin olerlo ni catarlo. Y soy feliz así.

Me gusta cuando "Ray" me dice que estoy loca, porque sus ojos me cuentan cosas, al perrazo solo le falta hablar. Me dice que por qué ahora mismo pasas de mí, cuando llego cansada de trabajar, pero media hora más tarde coges tú misma la pelota y me la tiras, para volverme loco de alegría y casi romper la tele de un coletazo. 

"Ray" me indica cuando debo mover el culo para hacer algo. Me mira y me dice: "toda la tarde en el sofá viendo la tele no es bueno, cacho gorda". Tiene razón, excepto algún domingo que otro. Él  me enseña que no hay que ser rencoroso y menos por tonterías, porque cuando lo regaño por tirar el agua por toda la cocina (cosa que él no entiende), a los diez minutos ya vuelve moviendo su peluda cola con ganas de jugar y lamiéndome las manos. ¿Cuántas personas vuelven a los diez minutos de una bronca lamiéndote las manos, eeeh??? ¡¡¡Ninguna!!!

Mi perro me comprende, hasta mi hermana me comprende ahora. Ahora ella juega con mi perro, la misma raza que la mordió aquel día de nuestra comunión con ocho años. Uno de esos milagros de los que estoy orgullosa, uno de esos logros impensables. Comparto mi vida con un perro, porque no me considero su dueña ni mucho menos, más bien él me ha elegido y me acepta en la suya. 

Que viva mi perro y que viva yo.







No hay comentarios:

Publicar un comentario